Las uvas de la ira irrumpen como un viaje al centro del dolor del pueblo estadounidense, y lo hacen a través de un recorrido hacia la frustración, la pobreza y la nula condición humana que se reflejó durante la Gran Depresión americana en la década de los 30 del siglo pasado. Es en este entorno nada idílico, cuando el escritor John Steinbeck firmó la novela homónima que da título a la filmación.
En el cine y con pocas diferencias argumentales con la novela, a excepción de su parte final, fue el maestro John Ford el encargado de llevarla a cabo bajo un gran libreto de Nunnally Johnson (Las tres caras de Eva).
La historia nos cuenta la salida de la cárcel del joven Tom (Henry Fonda), que tras cuatro años de prisión por un homicidio en una pelea, regresa a la granja de sus padres que va a ser desahuciada tras años de sequías en el medio oeste estadounidense. Tras el reencuentro, una decena de miembros de la familia parten desde Oklahoma hacia el oeste del país con la promesa de una vida mejor. Su objetivo es el de encontrar empleos en la recogida de fruta en la fértil zona de viñedos de California. Pero cuando llegan al supuesto dorado que se anunciaba en medios escritos como una zona de prosperidad y trabajo asegurado, se percatan de que el lugar esta super poblado de otros trabajadores azotados por la crisis económica. Es entonces, cuando todo el conflicto narrativo, sentimental y económico estalla para depararnos una de las obras más grandes de la historia del cine en el siglo XX.
La película tiene una fuerza dramática arrolladora y es un fiel retrato de una época que supuso, en cierta manera, el fin del sueño americano. Este ha reaparecido después como una constante tras los periodos de crisis financieras que han venido afectando a los Estados Unidos y con ellos, al resto del mundo. Pero este caos económico que surgió después del "crash del 29", se cebó especialmente con la zona central del país afectado por el fenómeno natural de las largas sequías que fue conocido como Dust Bowl. Este consistió en un periodo de aproximadamente siete años (1932-1939) en el que la falta de lluvias más las tormentas de polvo, acentuaron aún más la Gran Depresión en estados como Oklahoma, Kansas o Colorado, donde los agricultores perdieron sus granjas hipotecadas. Esta situación le llevó a una extrema pobreza que pocas veces se ha plasmado en el cine de Holywood y en la propia literatura americana.
La cinta es una road movie clásica por la ahora mítica ruta 66 que discurre a través de casi 4000 kilómetros desde Chicago hasta California. En aquellos momento el trazado no gozaba del glamour que ostenta en la actualidad y fácilmente la podríamos tildar en esa época como la carretera de los desahuciados en busca de un sueño casi imposible. Y es a través de este espejo pintado donde vemos lo peor y lo mejor de la condición humana. Lo mejor por esas familias que fueron desposeídas de sus bienes y sus tierras por una especulación masiva. Ellos luchaban por levantarse, proteger a sus hijos e iniciar una nueva vida. Y lo peor, por aquellos lugares de acogida que resaltaban la crueldad humana en defensa de unos intereses ya establecidos y que hacían a sus poseedores poco propensos a compartirlos con el resto de sus conciudadanos.
Un ejemplo muy gráfico y que está perfectamente estructurado en la filmación, fueron los lugares establecidos de acogida para los trabajadores venidos del centro del país y que sin miedo a exagerar, eran auténticos campos de refugiados, a nivel o peores aún, de los que podemos ver en la actualidad en los puntos más calientes del planeta. Y todo esto pasó en el país de los sueños, en el país por excelencia del capitalismo. Allí en los años 30 del siglo pasado también vivieron el hambre y la miseria humana. Mientras, paradójicamente, unos kilómetros más allá la industria del cine en Hollywood veía su despertar con el nacimiento del color que la Gran Depresión pintó de blanco negro en un contraste difícil de asimilar para buena parte de la población.
Henry Fonda afrontó a sus 35 años el papel más importante de su carrera y seguramente el que le confirmó como un actor portentoso y de largo recorrido. Otros grandes trabajos suyos fueron en las películas Pasión de los fuertes, El día más largo o En el estanque dorado por citar solo algunos de sus éxitos más reconocidos. En la cinta reseñada hoy, su papel es convincente, serio y como la propia película está fuera de los patrones clásicos del galán al uso en el Hollywood de la época. En definitiva, un actor con mucho recorrido y con bastantes matices en su carrera.
En el resto del reparto destaca su madre interpretada con fuerza y poder por Jane Darwell en un papel que le valió el Oscar de la Academia a la mejor actriz de reparto. El otro papel destacado de la cinta es interpretado por un buen John Carradine (padre de David Carradine de Kung fu), que hace de un antiguo predicador desengañado que inicia el viaje junto a la familia en busca de un lugar en el mundo a través del viaje a California. En general, el reparto está marcado por unas interpretaciones magistrales mostrando unas expresiones tenebrosas, tenues, con miedo en los ojos y marcando en unos rostros afilados, angulados y entrecortados que dan un gran realismo a la narración.
Las uvas de la ira es un retrato descarnado e hiperrealista de una parte muy importante de la historia y de la sociedad estadounidense de aquella época. Tanto la novela, como después su adaptación cinematográfica, consiguen lo que buscaban. Ello consistía en denunciar de lo que estaba ocurriendo y que pocos se atrevían a contar para no dañar la supuesta buena imagen del país americano. Realmente nos encontramos ante una propuesta insólita y muy alejada de los gustos de los patrones comerciales del público de aquel periodo. Es un cine social que fue en cierta manera precursor de lo que ahora se hace en el cine independiente. Es decir, cine con trascendencia y donde la palabra mensaje cobra su verdadero significado.